Entre cine y literatura: ¿Qué viven las mujeres de África?

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3ª Edición del Curso Introducción a las expresiones artísticas y culturales del África al sur del Sahara

Por Amalia López Flores

Existe un consenso más o menos generalizado en torno a la premisa que sostiene que “el libro siempre supera a la película”. Se suele olvidar que cine y literatura son dos lenguajes diferentes que ocupan espacios propios en el mundo del arte. No obstante, los ejercicios de traducción intersemiótica que transforman un código como el literario en otro diametralmente opuesto, prueban la fuerza creadora de este tipo de simbiosis. La cinta La noire de… (1966) del senegalés Ousmane Sembène y la novela Matins de couvre-feu (Le Serpent à Plumes, 2005) de la marfileña Tanella Boni recogen en tiempos, espacios, códigos y soportes distantes entre sí, unas ideas tan compatibles que su convivencia conlleva una influencia mutua positiva, pues una obra refuerza los planteamientos de la otra y a la inversa.

Fragmento de la película "La noire de..." (1966), del director senegalés Ousmane Sembene.

Fotograma de la película «La noire de…» (1966), del director senegalés Ousmane Sembène.

Al sur del Sahel y en dos momentos claves para la historia contemporánea africana se desarrollan las vidas de dos mujeres con muchos paralelismos. En los años sesenta, el África francófona se agita con el fulgor de una “independencia” que toma pseudónimos de la talla de la françafrique en Costa de Marfil. Mientras tanto, en la primera década de los 2000, estos países se revuelven para intentar redefinir su identidad en el seno del neocolonialismo.

En los años sesenta, la recién conquistada independencia del África francófona se tiñe así de políticas de asimilación que empañan la nueva realidad. Diouana, la protagonista de Sembène, emprende un camino que la lleva a experimentar en primera persona este desengaño. La noire de…, que nace de un relato corto del mismo director, desgrana la “colonización a la inversa”[1] de esos años. Una negra de cualquier rincón de África, sin más posesiones que una pequeña maleta de cuero y un gran saco de aspiraciones, viaja a Antibes para trabajar cuidando a los niños de su patrona. No es casualidad que por aquella época una joven Nina Simone cantara el Ain’t Got No, I Got Life.

Sin embargo, la vida no es suficiente; el trabajo que le espera se aleja de lo prometido, pues se ve obligada a desempeñar el papel de sirvienta sin salario ni libertad de movimientos. De esta forma, la migración se vuelve una nueva forma de la antigua colonización.

Por su parte, la protagonista femenina de Matins de couvre-feu revive la edad dorada de la independencia echando la vista atrás en un recorrido por su historia familiar. En las dos obras se puede observar que el clima de perplejidad que caracteriza estos períodos se distingue por la súbita pérdida de identidad del pueblo que ya no puede mirar hacia atrás ni hacia adelante sin encontrarse con el fantasma colonial. Frantz Fanon dijo que “el alma negra es una construcción del blanco”[2], frase que resume a la perfección el doble sistema de opresión que sufren desde la independencia hasta nuestros días las mujeres de estas historias. Son la opresión por raza y la opresión por género.

El poder que reside en estas mujeres sólo se percibe gracias a la técnica del monólogo interior. El empleo de este recurso formal en ambos casos acentúa el contraste entre lo que estas mujeres dicen y aquello que piensan. No se trata de un uso arbitrario del estilo; detrás se esconde la ley del silencio a la que se ven sometidas todavía hoy muchas mujeres africanas. La negra de ningún lugar de Sembène y la protagonista anónima de la novela de Boni deben callar frente al opresor: la patrona blanca y el líder negro de las fuerzas progubernamentales. Para ambas, la situación se ha vuelto claustrofóbica. Diouana, que soñaba con disfrutar de los lujos del país galo, vive enclaustrada en la casa francesa de sus jefes. La protagonista de la novela también se ha visto reducida por un arresto domiciliario entre las cuatro paredes de su casa. La confinación de las mujeres en la esfera doméstica no les otorga, pese a ello, un espacio propio y solo en sus pensamientos obtienen la privacidad.

Olympia (1863) fue una obra del pintor francés Edouard Manet, uno de los precursores del movimiento impresionista.

Olympia (1863) fue una obra del pintor francés Edouard Manet, uno de los precursores del movimiento impresionista.

Cuando las mujeres africanas de estos relatos toman la palabra, si bien desde el silencio, encuentran una liberación. En contraste, cuando sus opresores hacen uso de ella la palabra adquiere un poder performativo. En las dos obras se repasan las relaciones heterosexuales entre africanos, así como las que nacen de una jerarquía de poder socioeconómico, donde el esclavo y la mujer normalmente comparten el escalón más bajo. Todo esto a su vez se ve permeado por los mimbres del neocolonialismo. He ahí la complejidad de las relaciones que establecen las protagonistas.

Desde sus prisiones, no obstante, ambas encuentran la manera de desafiar la injusticia: en el cine se puede observar el magnífico plano de la senegalesa en tacones por el salón de la francesa, y entre las páginas aparece una mujer fuerte que se inventa un negocio de zumos desde casa. Las dos retan la división sexual del trabajo y, por tanto, se dignifican. En Occidente ya en el año 1969 las feministas radicales traducían estas y otras tantas situaciones en una sola frase: “lo personal es político”. La politización de lo doméstico se hace así inevitable. En el contexto africano además, la reclusión que viven las dos protagonistas se liga a una maternidad intrínseca (cuidar a los niños de otro) que pone sobre la mesa dos de los grandes temas de los feminismos africanos: maternidad y sororidad (pacto asumido por las mujeres para disminuir la brecha entre su condición y la de los hombres).

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Fotograma final de la película «La noire de…» (1966), del director senegalés Ousmane Sembène.

Si el presente en el continente africano sigue pareciéndose a lo que describía la tunecina Hélé Béji en su obra El desencanto nacional (La Piedra Lunar, 2015), es decir, un mundo resquebrajado entre tradición y modernidad, el futuro deberá ser más bien un lugar desde donde los propios africanos (y no solo sus jefes de estado) desarrollen un habitar propio. Entonces habrá tiempo y espacio también para las africanas. La escena final de la película de Sembène es premonitoria: la madre de la protagonista y su hermano pequeño llenan la pantalla. Hay aquí un símbolo con el que mirar al pasado (la madre) y otro, al futuro (el niño). Este último además porta una máscara, signo de la tradición y los ancentros.

En África, no se puede mirar hacia adelante sin recordar a los ancestros y antepasados. Las mujeres africanas trazarán su camino por medio del reconocimiento a la madre y el derrumbamiento del odio hacia sus iguales. Por eso, la sororidad aparece como una de las propuestas más prometedoras para un futuro en el que las africanas, como las protagonistas de esta historia, obtengan por fin el espacio para respirar.

[1] Louise Bennett titula así uno de sus poemas: http://www.thenewblackmagazine.com/view.aspx?index=1377

[2] FANON, Frantz (2009): Piel negra, máscaras blancas. Tres Cantos (Madrid): Akal.

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