Debere Berhan: un circo integrador y social

FOTO 5Este colectivo es ejemplo, en Etiopía, de cómo se pueden desarrollar habilidades a través de las artes escénicas y circenses y convertir la discapacidad en ventaja.

El Circo Debere Berhan es ejemplo de la toma de conciencia acerca de la integración social en un país, Etiopía, donde la discapacidad está estrechamente conectada con la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades. A través de las artes escénicas y circenses, los integrantes de esta compañía han demostrado que es posible luchar contra las estadísticas y contra un destino abocado a la miseria y la marginación.

Etiopía, con cerca de 95 millones de habitantes, tiene a un 30’7% de su población viviendo bajo el umbral de la pobreza (1.25 dólares por día) según estadísticas de Unicef. La diversidad funcional (anteriormente definida negativamente como dis-capacidad) sensorial, motora y/o cognitiva no se puede desligar de estas elevadas tasas de pobreza. Los datos son tan dispares respecto a este colectivo que las cifras que se barajan oscilan entre el 2% y el 20% de la población. Sin embargo, según el Informe Mundial sobre la Discapacidad, publicado por el Banco Mundial en el año 2011, se estima que son 15 millones los niños, adultos y ancianos etíopes -de ellos un 95% vive bajo el umbral de la pobreza-, los que sufren diferentes tipos de diversidad funcional.

Tras las conocidas hambrunas de 1973-1974 y de 1984-1985, la crisis política por la caída del régimen socialista de Mengistu del 1991 al 1994, y la inseguridad alimentaria que ha sufrido Etiopía en las últimas décadas, la mayoría de estudios apuntan a la malnutrición y a las complicaciones en embarazos y/o partos como las principales causas de las elevadas tasas de diversidad funcional. Sin embargo, otras causas como los conflictos bélicos o los accidentes de tráfico son variables importantes a la hora de analizar este fenómeno.

El difícil acceso a la educación primaria universal o al sistema sanitario después del periodo comunista, las consecuencias de algunas enfermedades tropicales enquistadas en el país, o el complicado acceso a empleos y a mecanismos de ayuda dirigidos a estas personas, las sitúa en una preocupante situación de vulnerabilidad y exclusión social. Si a esto le añadimos el estigma social o incluso la demonización que muchas de ellas sufren por ser diferentes, el peligro de abandono durante la infancia por parte de padres o madres incapaces de hacer frente a sus necesidades, la elevada mortalidad infantil o los abusos sexuales, sobre todo hacia niñas y adolescentes, nos encontramos con una situación de fragilidad absolutas.

Para paliar los problemas de este colectivo, muchas son las medidas que se han adoptado en los últimos años. Un ejemplo: la Asamblea General de las Naciones Unidas se comprometió en septiembre de 2013 a incluir la diversidad funcional en los Objetivos del Desarrollo del Milenio para 2015; el gobierno etíope firmó en 2007 la Convención de la ONU para los derechos de las personas con discapacidad y lleva a cabo el Plan de Acción de la Década Africana de las Personas con Deficiencias (2010-2019) impulsado por la Unión Africana; también se creó, en 2005, el Centro Etíope para la Discapacidad y el Desarrollo (ECDD), una de las organizaciones más importantes para la inclusión de las personas con diversidad funcional que trabaja para asegurar los derechos y el acceso a los servicios y oportunidades a todos los etíopes; del mismo modo, numerosas ONG e iniciativas de la sociedad civil promueven la inclusión, la aceptación y la toma de conciencia y responsabilidad para romper las barreras a las que se enfrentan estos 15 millones de etíopes.

SueciaOriginario de la ciudad de Debere Berhan, situada en el centro de Etiopía, este colectivo de acróbatas nació en 1998. “La idea embrionaria fue de Netsanet Assfa, quien fundó este circo para todos. Empezamos trabajando con la escuela de la aldea de Atsa Zeriyakob, una escuela especial para niños con diversidad funcional como la ceguera, la sordera y otros problemas físicos”, nos cuenta su actual director ejecutivo y artístico, Teklu Ashagir. “Con ellos, hacíamos circo adaptado a sus problemas. Por ejemplo, si alguno tenía dificultad en una pierna, potenciábamos lo que podía hacer con su mano”.

Pero a partir de esa idea embrionaria, el colectivo se dio cuenta de que las actuaciones locales tenían mucho éxito y que la implicación de los chicos en el circo era muy positiva. “Vimos que en realidad, si te dan la oportunidad, puedes hacer cualquier cosa”, afirma Teklu. “Cuando iniciamos esta aventura contábamos con más de 30 artistas con diversidad funcional. Para mí, Habtamnesh Behailu ha sido uno de las mejores artistas que ha tenido el Circus Debere Berhan. Ha sido la campeona nacional del proyecto gimnasta etíope de 2013 y a pesar de ser ciega y haber competido con personas sin diversidad funcional, se ha convertido en la mejor”, explica con orgullo el director del circo. “Desde entonces, Habtamnesh ha actuado en Bélgica, la República Checa, Holanda, Francia y Alemania. Pero hay otros nombres a subrayar como el de la acróbata Wossena Tefera, que también es ciega y una de las mejores malabaristas de Etiopía; o Meaza, que tiene problemas físicos pero que es una magnífica gimnasta en la modalidad de pelota”, subraya orgulloso el joven etíope. 

Las historias de vida de los artistas del Circus Debere Berhan son reveladoras. Pero el caso de Tameru Zegaye es especialmente conmovedor. Abandonado por su madre tras nacer con una malformación en las piernas, fue criado por uno de sus abuelos, quien también lo abandonó tras quedarse ciego. Con tan solo nueve años Tameru llegó a la ciudad etíope de Lalibela arrastrándose sobre sus propias manos. Después de mendigar durante largo tiempo, tuvo la suerte de ser rescatado por una ONG y tras más de una docena de operaciones consiguió andar, se graduó en turismo y se unió a este circo etíope.

Y es que el Circo Debere Berhan es un claro ejemplo de circo social. Como parte de un movimiento internacional más amplio, fusiona creatividad y arte para generar esperanza y justicia a través de herramientas pedagógicas alternativas con capacidad para la transformación social. “Empezamos a formar a los chavales a partir de los 7 años de edad, y a partir de ahí, van ascendiendo. Tenemos un club de malabaristas, uno de cuchillos y fuego, distintos ejercicios de equilibrio, el rolla bolla, ejercicios aéreos, juegos con pelotas de ping pong, espectáculos de contorsionismo o actos con animales artificiales de cartón piedra”, manifesta Teklu.

Pero además, el circo representa una forma de vida que posibilita la profesionalización de los artistas que trabajan en él y reduce la profunda brecha con la que las personas con diversidad funcional se encuentran a la hora de hallar medios de subsistencia a largo plazo. “Al principio nos financiábamos gracias a la ayuda de la organización solidaria Handicap International, sin embargo, en seguida pudimos generar ingresos vendiendo nuestras habilidades a nivel local e internacional. Y actualmente somos completamente auto-suficientes”, reconoce el director, que añade que “el circo es una forma de vida, pero hay que luchar mucho para no depender de las ayudas externas. Por eso queremos que nuestro circo se convierta en un negocio rentable que permita a los artistas vivir de ello”.

Y a pesar de las dificultades, la semilla está plantada. El mensaje para desestigmatizar, promover la equidad social y educar en torno a los problemas de salud entendida de forma holística, ha acompañado al Circo Debere Berhan desde su inicio. Y sus espectáculos han pisado escenarios, tanto cerrados como en el aire libre, en Uganda, Kenia, Tanzania, Sudáfrica, Suiza (donde han estado cinco veces), Bélgica, Francia, Holanda, Alemania y la República Checa. “En Etiopía, el circo se ha convertido en un motivo de orgullo y en parte de nuestra identidad, además de en una de las opciones de ocio más atractivas para nuestros jóvenes”.

*Este artículo ha sido publicado originalmente en el blog Planeta Futuro de EL PAÍS, por acuerdo entre este periódico y la revista WIRIKO

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Investiga y escribe sobre ciudades africanas, derechos humanos y música. Le mueve la creatividad con la que construye futuro la juventud africana en contextos urbanos, especialmente en África del Este. Sus campos de trabajo son el periodismo escrito y radiofónico, la investigación o la gestión cultural. Cofundadora de Wiriko y coordinadora de Seres Urbanos (EL PAÍS), actúa como consultora independiente para entidades del tercer sector y actualmente, es Técnica de Cooperación Internacional en el Ayuntamiento de Girona. Licenciada en Filosofía (UB), posgraduada en Estudios Africanos y Desarrollo (UPF) y máster en Culturas y Desarrollo en África Subsahariana (URV).