Nakom: el poder de la tradición

poster-nakom“Nakom”, diriga por Kelly Daniela Norris y una novata TW Pittman, es una de esas coproducciones a las que el cine africano nos está acostumbrando en los últimos años. Es un largometraje que nos traslada directamente al mundo rural de Ghana, en contraposición al paradigma urbano. ¿Quedarse o irse? Una pregunta que puede parecer sencilla pero que determina dos posibles futuros y que fuerza a nuestro protagonista, Iddrisu (Jacob Ayanaba), a tomar una decisión que marcará el resto de su vida. Una película que ha llegado a España de la mano de la Semana Internacional de Cine de Valladolid, pero en su haber tiene haber conseguido un año lleno de buenas críticas en la Berlinale (Alemania), Durban International Film Festival (Sudáfrica) donde ganó el premio del jurado, Hong Kong, Seattle (EE.UU.), Cambridge (Inglaterra) y en unos días en el Film Africa de Londres, festival que sube la cortina hoy y donde Wiriko es medio oficial.

Iddrisu es un joven universitario de medicina que estudia en la ciudad de Kumasi y es, además, uno de los alumnos más aventajados. La ciudad se ha convertido en su vida y sus estudios la clave del éxito. Con un camino encarrilado, Iddrisu parece tener muy claro cuál es su destino: terminar sus estudios y mudarse a Accra, la capital del país. Sin embargo, todo se trunca cuando recibe una llamada de su hermana, Damata (Grace Ayariga), quien le anuncia la muerte de su padre y la necesidad de que vuelva a la pequeña aldea de Nakom.

Sin pensarlo dos veces Iddrisu vuelve a su pueblo donde le espera una familia deshecha por el dolor con el que cargan sobre todo las mujeres. Algo que no impide al protagonista desde el primer momento anunciar su intención de volver a la ciudad. Pero no tardará en encontrarse con el lamento de su madre: “Nuestras tradiciones han muerto”, proclama una contenida pero brillante Justina Kulidu. A ella se suma las críticas de vecinos, familiares y del líder del pueblo que le advierten del peligro que corre su familia si queda descabezada.

Iddrisu –que acapara casi cada escena, colocado en el centro, como queriendo invisibilizar todo aquello que le rodea– duda entre el valor de las tradiciones y la creencia en la necesidad de cambiar todo lo que para él no tiene sentido. Se ha convertido en la cabeza de familia y tiene que tomar todas las decisiones, no importa si son correctas o incorrectas: sacar adelante el huerto de la familia, pagar deudas y mantenerla unida son sus nuevos objetivos.

Sin embargo, en este largometraje el típico enfrentamiento entre lo nuevo y lo viejo, la tradición y la modernidad, queda desvirtuado cuando Iddrisu comienza a introducir cambios, pero manteniendo lo esencial: el momento de sembrar y la manera de cultivar, la decisión de convertir a su familia en una “democracia” donde todos deciden por cada uno de sus miembros, la insistencia en los estudios o el cambio de roles, son solo algunas de las novedades. Y es justo en este proceso cuando la cámara empieza a abarcar todo lo que rodeaba a Iddrisu. Aunque antes también veíamos a las esposas de su padre y a sus hermanos, comienzan a ser más visibles. Las directoras nos muestran, con un perfil bajo, cómo ha cambiado todo.

La nueva combinación parece dar resultados, por fin llega la lluvia y un año pasa muy rápido. Pero también llega el inevitable momento de resolver qué hacer con su vida. La ciudad, como una promesa de futuro, o el campo, que ha vuelto a ser su hogar. Las escenas de la inmensidad del cielo y del campo juegan con la ilusión de que el tiempo se ha detenido en Nakom. Lamentablemente las decisiones se pueden apartar durante un tiempo, pero no eternamente.

Volver a la ciudad y abandonar a los suyos o permanecer y olvidar sus sueños. Dos futuros, dos mundos y dos vidas, pero la misma pregunta que atormenta al protagonista: ¿Quedarse o irse? Y esta vez, quizás sí, sea una decisión que le afecte para siempre.

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Pablo Arconada Ledesma

Licenciado en Historia (UVa) y Máster en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos (UAM) Actualmente está realizando su doctorado en la Universidad de Valladolid, en el que analiza el papel de la Unión Europea en Somalia. Además, completa su formación estudiando un Grado en Antropología Social y Cultural (UNED) Trata de comprender (y explicar) el lugar que África ocupa en el mundo.
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