Feliz 80 cumpleaños, Mambéty: seguimos caminando contigo

Djibril Diop Mambéty

Hoy Djibril Diop Mambéty habría cumplido 80 años. Nació el 23 de julio de 1945 en Colobane, a las afueras de Dakar, Senegal. Murió joven, en 1998, con tan solo 53 años. Pero su obra, su legado y su visión nunca nos han abandonado—al menos, no a mí. Junto a otros pioneros, como el siempre combativo Med Hondo, pocos cineastas—africanos o no—han influido tanto en la manera en que pienso y hago cine hoy.

¿Cómo se recuerda a alguien cuyo nombre sigue teniendo tanto peso?

Para quienes han visto Touki Bouki (1973), Hyènes (1992) o cualquiera de sus otras obras, no estoy diciendo nada nuevo. Pero la vigencia de Mambéty no radica únicamente en volver a ver sus películas, sino en el porvenir que esas películas aún invocan. En las trayectorias de tantas personas—incluyendo quizás a quienes lean estas líneas—cuyas prácticas en el cine, la crítica, la programación o la producción llevan la huella de lo que él inició.

Mambéty dijo una vez:

“Es bueno para el futuro del cine que África exista.”

Esa frase ha aparecido más de una vez en artículos y reportajes sobre las cinematografías africanas, y con razón. Es una de las declaraciones más sinceras y duraderas que se han hecho sobre el cine. No sobre el cine africano. No sobre el cine independiente. Sobre el cine en general.

Y cuando Mambéty lo dijo, no hacía una súplica ni lanzaba una pregunta. Afirmaba un hecho. África no necesita justificar su lugar en el futuro del cine. Ya forma parte de él—en fragmentos, en gestos, en posibilidades—como si fuera parte de su ADN.
Él lo tenía claro. Veía la imagen cinematográfica como algo intrínseco al continente: no en términos románticos o metafóricos, sino desde una perspectiva política, estética y cultural. En muchas entrevistas hablaba del poder de la oralidad, de la memoria visual y del ritmo africano como pilares de una inteligencia cinematográfica.

En sus películas siempre pasaban más cosas de las que parecía. Touki Bouki, por ejemplo, nunca fue solo una historia sobre jóvenes africanos desorientados ni un guiño estilizado a la Nouvelle Vague, como se ha dicho a menudo. Hablaba de migración, de deseo, de fracturas y de resistencia.

Film Hyènes (1992)


Hyènes, su adaptación de 1992 de La visita de la anciana dama de Friedrich Dürrenmatt, no era solo su regreso al largo después de dos décadas. Era un enfrentamiento directo con el precio de la pobreza, el poder del dinero externo y la falsa promesa de una justicia imparcial. Ambas películas miraban hacia fuera sin pedir permiso. Y ambas sabían muy bien de dónde venían.

Y sin embargo, Mambéty no estaba obsesionado con la representación. Le interesaban más el sonido, la ruptura, el movimiento, lo que el cine aún podía llegar a ser. Dejó espacio a la desobediencia—en la forma, en el ritmo, en el tono. No veía contradicción alguna en ser africano, experimental, comercial, teatral, intuitivo y global al mismo tiempo.

Muchos de los cambios que vinieron después—la era digital, las plataformas de streaming, el auge de la narrativa móvil en África—no llegó a verlos. Pero, de alguna manera, los anticipó sin saberlo.

En sus últimos años, con los cortos Le Franc (1994) y La petite vendeuse de Soleil (1999), regresó a las calles, al absurdo político, a la ternura cotidiana. Llamó a ese conjunto “Cuentos de la gente pequeña”, una trilogía que no llegó a completar.
Pero La petite vendeuse de Soleil quizás sea su obra más luminosa. Narra la historia de Sili, una niña con discapacidad física que camina con muletas y decide vender periódicos en Dakar, un oficio hasta entonces exclusivo de chicos. La cámara la sigue en sus recorridos, en su determinación silenciosa, su fuerza tranquila, su dignidad diaria. Ese tipo de movimiento, aunque modesto o local, sigue resonando hoy. Refleja el trabajo de tantas personas que siguen empujando, incluso sin saber hacia dónde llevará el camino.

Film Le Franc (1994)

Escribir sobre Mambéty no es solo honrar su legado. Es reconocer su presencia viva, que sigue incomodando, inspirando, afirmando. Su hijo, Teemour, continúa esa labor a su manera. Pero también lo hacen quienes, como tú que lees Wiriko, desafían la forma, amplían el acceso, escriben contra lo uniforme, financian lo arriesgado y distribuyen lo que escapa al molde.

Sus películas no ofrecen manuales. No explican. No dictan. Invitan. Retan. Ríen. Y nos recuerdan que el cine africano nunca estuvo en la periferia. Siempre fue parte del futuro.

Entonces, ¿cómo se recuerda a alguien cuyo nombre aún impone respeto?
Volviendo a su obra. Tomándola en serio. Y, sobretodo, negándote a trabajar en pequeño.

Antes de terminar, quiero recomendar una entrevista excepcional:
“La última risa de la hiena”, una conversación entre Mambéty y el académico Frank Ukadike en 1998, publicada en Transition (Vol. 78, pp. 136–153). Es posiblemente el diálogo más largo y revelador que existe con él. Muy por encima de los fragmentos que circulan por internet.

En esas páginas, Mambéty habla con honestidad sobre el arte, la marginalidad, y el futuro del cine. Si hay un texto que condensa su visión, es este. Para quienes quieran buscarlo, basta con teclear:
“The Hyena’s Last Laugh: A Conversation with Djibril Diop Mambéty.”
Hay extractos disponibles online, aunque el texto completo está detrás de un muro de pago. Aun así, vale la pena.

Feliz 80 cumpleaños, Mambéty. Seguimos caminando contigo.

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Co-fundador de Wiriko. Doctor en comunicación en África al sur del Sahara (US), Máster en Culturas y Desarrollo en África (URV), Máster en Relaciones Internacionales (UCM) y Licenciado en Periodismo (US). Es analista político y profesor universitario de Relaciones Internacionales, periodismo internacional y cines africanos. Ha realizado documentales en España, Cuba, Senegal, Kenia, Sudán del Sur, Mozambique o RDC. Responsable del área de Formación y de Comunicación y coordinador de la sección de Cine y Audiovisuales del Magacín. Contacto: sebas@wiriko.org