Entrevista a Sahad Sarr: La música como alimento del alma

Hay una figura omnipresente en Senegal, en la cual se encuentran las varias temporalidades que conforman el cronotopo de África. El escritor y músico Felwine Sarr sugiere que el continente africano se caracteriza por una “deslocalización de su presencia en un perpetuo futuro.” Es decir, el imaginario de lo que será, y por tanto, con un presente tal vez incompleto. Sarr nos invita entonces pensar en África de otra manera, como una Afrotopia, lo que el polifacético escritor define como una “utopía activa, que se propone como objetivo encontrar en el realismo africano los amplios espacios de lo posible y entonces fecundarlos.” Para Sarr, dicha tarea solo sería posible a través de una revolución espiritual.

Cheikh Amadou Bamba en Isla de Ngor (Dakar). Fotografía: Áurea Puerto, 2016.

 

A pesar de la variedad de prácticas y creencias religiosas, en el caso de Senegal, hay un líder espiritual en particular que no pasa desapercibido: Cheikh Amadou Bamba (c. 1853-1927). Fundador del Muridismo, o la Muridiyya, una de las principales cofradías sufíes, también llamadas tariqas o turuq,a través de las cuales se practica el Islam en Senegal. Esta organización social deriva del misticismo sufí, en la cual se da una importancia crucial a la educación espiritual de los discípulos y la relación entre el cheikh o líder espiritual, y el murid, los aspirantes, también conocidos como talibés. La devoción a Cheikh Amadou Bamba se extiende a la esfera cultural de Senegal. Su retrato, basado en una fotografía encontrada en 1912, tapiza las calles de Senegal. En camisetas, collares, postales, pósters, pegatinas, graffitis, murales, y car rapides, un tipo de transporte público en Senegal. Su presencia evoca protección, devoción, gratitud, celebración. Se ha convertido en una forma de expresión y cultura popular excepcional. Constituye la encarnación de las distintas temporalidades que conforman el cronotipo de África. Un pasado proyectado en el presente y que ha de tenerse en cuenta para el camino hacia el futuro. Uno de los principales discípulos de Cheikh Amadou Bamba fue Cheikh Ibrahima Fall (c. 1855-1930). Su imagen está también por todas partes en Senegal. Sus disípulos, Baay Fall, o Yaay Fall, en el caso de las mujeres, abundan, y se caracterizan por su leal devoción a los líderes espirituales, el servicio y trabajo por la comunidad y el uso de accesorios o amuletes murides, tales como bolsos, pulseras y collares de madera y cuero, ropa de patchwork o blanca y negra, y a menudo, rastas.

Este conjunto de valores, el cual suele entenderse de manera más espiritual que religiosa, ha tenido un gran impacto en la música. Numerosos son los artistas que incluyen versos del Corán en sus canciones, o palabras de celebración y gratitud a Cheikh Ibrahima Fall, Bamba y demás líderes espirituales. Los festivales de música religiosos, tales como el joven Festival Salam, organizado por el músico senegalés Youssou N’Dour, se convierten en momentos culturales claves de celebración y divulgación del mensaje sufí. Sin embargo, la inspiración sufí en el música y la relación entre el muridismo y la música va mucho más allá de los festivales religiosos de música. Oumar Fall, co-propietario y gestor de ndar ndar music & café, un espacio emblemático en la escena musical de Saint-Louis, nota también una relación muy clara entre la música, religión y el muridismo: “No hay ningún problema en ese sentido. Estamos acostumbrados a ver Baay Falls con sus percusión y canciones dedicadas a su líder espiritual, Cheikh Amadou Bamba. Y ahora los vemos cada vez más tocando y cantando con grupos de música, y ganándose el aprecio, respecto y admiración de su público. En Senegal somos muy abiertos con respecto a muchas cosas y eso no es más que reflejo de esa apertura de espíritu.”

Cheikh Amadou Bamba y Cheikh Ibrahima Fall en la Medina, Dakar. Fotografía: Estrella Sendra, 2015.

 

Fue en ese emblemático lugar donde nos citamos con Sahad Sarr, leader del grupo Sahad and the Nataal Patchwork, con motivo de la séptima edición del Festival Coeur en Or en Saint-Louis. Sahad Sarr es músico, nacido en Dakar, y a caballo entre la capital y Kamyaak, donde lleva el proyecto de su asociación JiwNit. Su hermano, Felwine Sarr, es el autor del premiado libro-ensayo Afrotopia, al que se une otro hermano, Saliou Waa Guendoum Sarr, cuyo nombre artísito es Alibéta, músico, actor de teatro y co-director del documental Life Saaraba Illegal (2016), sobre inmigración irregular. Oumar Fall, gestor de ndar ndar music & café es el anfitrión preferido para los artistas y periodistas culturales locales. Entre vinilos, álbumes cuidadosamente seleccionados por el joven actor cultural, zumos locales y café orgánico de Etiopía, encontramos un acogedor rincón al fondo de la cafetería musical, para hablar con Sahad Sarr, con motivo de su participación en el Festival Coeur en Or, celebrado en Saint-Louis como preludio del prestigioso Festival internacional de Jazz.

Sahad Sarr en ndar ndar music & café. Fotografía: Estrella Sendra, 2019

Más de cincuenta conciertos por todo el mundo, y unos cuatrocientos en Senegal, pero, ¿cómo empezó todo?

Sahad Sarr: Mi relación con la música empezó a muy temprana edad. Solíamos tocar con muchos músicos, por pasarlo bien. No era para salir y ofrecer conciertos. Un día estaba tocando en la universidad y pasó un productor por ahí, nos escuchó, llamó a la puerta y dijo: “¡guau!” Me preguntó si era músico y dije: “No, no doy conciertos.” Y me respondió que debería hacerlo. Así que decidí combinar mis estudios con mi carrera musical. Eso fue en 2010. Empezamos a dar muchos conciertos y tocar en festivales en Dakar durante unos dos años. Antes, sólo había tocado en distintas fiestas en el colegio. Empezamos algún proyecto en Europa y poco a poco me fui concentrando cada vez más en la música.

 

¿Cuándo salió tu primer álbum, Jiw, y dónde lo grabaste?

En 2014 nos inscribimos para los premios de las Jornadas Musicales de Carthage (JMC), en África, con nuestro primer EP, Nataal. Fuimos a Túnez, donde se celebraban, representando África Occidental. Tocamos y nos concedieron el primer premio (Tanit d’Or). Ahí donde arrancó nuestra carrera, realmente. El álbum saldría luego, en 2017. Jiw, el nombre del álbum, significa semilla en Wolof.  Tocamos en el Festival Visa por la Música en Rabat. Después nos seleccionaron para las finales del Mercado Internacional de la Edición Musical en París en 2016. Tocamos allí y nos dieron otro premio. Y después de tocar en el Visa por la Música, empezamos nuestra primera gira europea en 2016. Fuimos a Suiza, Alemania, Bélgica… También firmamos con la discongráfica francesa Mektoub en Francia, pero lo grabamos en un estudio en Dakar. En 2017, fuimos a Washington, Dallas y distintos lugares en Estados Unidos.

 

Como artista, ¿cuáles son tus fuentes de inspiración?  

No es lo mismo ser artista que ser músico. Puedes ser artista y músico, o músico pero no artista. Un artista se divierte. La inspiración viene un poco de todos lados: sus experiencias de vida, encuentros… Los artistas son muy sensibles. Yo dejé la casa de mis padres muy joven, a los 16 años. Me expuse a la vida. Pero es que también en mi propia familia hay músicos. Mis hermanos son artistas. Así que naturalmente, me han influido. Pero además, he estado viajando mucho por África, en Mali, Costa de Marfil, Burkina Faso… Y también he estado viviendo en un mundo sufí durante unos 16 años, sintiendo devoción por el líder del muridismo, Cheikh Amadou Bamba. Esa es mi vida, además de la música, claro. Los sufíes vamos a todos lados en Senegal para trabajar y demás. Todo eso me ha inspirado también muchísimo. Por un lado está la educación que he recibido de mi familia, la universidad, pero también, una educación espiritual. He aprendido mucho de mi Cheikh, y mi educación sufí. Y luego están los encuentros, una conversación con alguien en la que de repente, una idea te viene a la cabeza… La inspiración toma muchas formas.

Tu álbum busca difundir un mensaje de esperanza hacia un mundo pacífico e invita a hacer una exploración al interior de uno mismo. Desde tu propia experiencia como músico, ¿qué relación ves entre activismo, vida espiritual y la música?

Entre el simbolismo Baay Fall, hay música. La música es el alimento del alma. Hoy en día, la temporalidad está vinculada a la espiritualidad. Solo hay un mundo, en el que encontramos cosas tanto espirituales como temporales. Nuestras almas necesitan felicidad y amor. Necesitan alimento, del mismo modo en que nosotros los necesitamos. Entre los Baay Fall, la música ha estado presente siempre. Todo lo que hacemos como seres humanos tiene que ver con la música. Si vas a la calle, escucharás pájaros. La música está cantada por el universo. Y nosotros, lo que hacemos es emular lo que el universo hace. La vida es música, de hecho. La vida es sinfónica. Cada uno hace su propia sinfonía. A través de la música hablamos de lo que sucede a nuestro alrededor. La música desempeña un papel. Lo que hacemos es reflexionar sobre lo que sucede a nuestro alrededor. La música es un modo de despertarse. Se usa para hacer feliz al alma, para hacerla hermosa. Lo que yo hago es reflejar lo que sucede en el entorno a través de la música como medio. Cuando tocamos, es como si no fuera yo quien hablase. Es el alma la que habla. Y hablamos sobre temas sociales y medioambientales. En África, la gente tiende a admirar el modelo europeo, que no nos pertenece. Así que hablamos por ejemplo de cómo no se trata de vivir en un edificio bonito, sino más bien, de encontrarse a sí mismo, como un ser cultural y espiritual. Somos seres híbridos. Y aunque nos parezcamos, tenemos nuestras raíces en alguna parte. No es que juzguemos a Europa. Nuestra posición es, bueno, vosotros tenéis vuestro modo de hacer las cosas. Tenemos que aceptarlo. Pero hay otros modos de hacer las cosas. Los Baay Fall nos han inspirado muchísimo en ese sentido. Cheikh Ibrahima Fall. Hablamos del ser espiritual. Los líderes espirituales coinciden en que el tipo de Islam que llegó desde el norte fue una especie de imperialismo o colonialismo. Nosotros no somos árabes. Se trata de algo mucho más espiritual, en nuestro caso. Como decía Senghor, la misión de la civilización consiste en dar y recibir. Y no podemos abrirnos sin saber dónde estamos.

 

Eres también el gestor de un proyecto sostenible de formación espiritual, educación, energía renovable y huerto orgánico en el pueblo de Kamyaak. Tu música entonces, ¿forma parte de ese proyecto?

Cuando terminé la carrera me metí en un master. Pero lo dejé al mes o así para centrarme en mi carrera musical. Sin embargo, para mí la música no es más que una herramienta, un medio. No es que considere que min lugar esté en la música. La uso para un objetivo, como instrumento para abrir una puerta. Cada ser humano tiene algo que hacer en este mundo, y lo que nosotros queremos hacer es repartir amor. La música se convierte en ese medio a través del cual llegar a la gente. Cuando hablamos de ciertas cosas, a alguna gente le entra miedo. Esto no sucede cuando llegas a ellos a través de la música. No nos consideramos géwëls(griots). No se trata tampoco de dar lecciones a la gente. Pero sí vemos que hay mucha gente enferma. Nos vemos como doctores que curan a través de la curación del alma. Tratamos de darle un sentido a la vida, incluso para gente que ya no sabía a dónde ir o qué hacer con su vida. Hemos de destruir esos muros en el mundo que no son necesariamente físicos.

Shad and the Nataal Patchwork en el 7º Festival Coeur en Or. Fotografía: Estrella Sendra, 2019.

De eso precisamente hablas en tu último single, Wall of China (el muro de China)…

Sí, en Wall of China hablamos del muro de Berlín, el muro en China y todas esas fronteras que impiden la libertad de movimiento e interacción entre las personas. Hablamos del miedo que se convierte en ignorancia. Sólo a través del encuentro con el otro, puede uno llegar a la verdad, porque cada persona tiene su propia verdad, su propia semilla. Y para conseguir algo de sabiduría, necesitamos abrirnos a los demás. Hay un muero enorme en Marruecos llamado Black Mamba. Todos los inmigrantes tienen que atravesarlo. Se nos vende una imagen de Europa. Cuando estamos en África, la miramos con admiración. Y la música desempeña y papel clave en la descolonización de la mente. Hacemos jazz, afro highlife… Pero siempre dentro del espíritu afro. Las primeras veces que iba a Europa me quedé un poco en shock. Me encontré con gente individualista. ¿Dónde estaba la alegría que había yo vivido en Burkina Faso, Senegal y demás países africanos? La gente era fría… Esto era en Francia. Y yo había conocido a gente francesa muy distinta en Senegal… En África se nos vende una imagen de un continente rico. Todo lo que hace a uno feliz se encentra en Senegal, sin embargo. Tenemos el sol… Aquí uno viene y se encuentra a gente feliz, hay un tipo de energía muy sencilla.

 

De repente, una mujer interrumpe, o más bien, sugiere, sin darse cuenta, un coherente modo de finalizar la entrevista. “¡Qué gran concierto, Sahad! Me ha encantado. Muchísimas gracias.” A lo que el artista responde: gracias.

 

¿Ves? Aquí somos muy ricos, pero ni nos damos cuenta de ellos. Hay un sentido de plenitud y de logro en Senegal. Cuando tocamos, lo que intentamos es mostrar y compartir esa energía. Así es como entiendo yo el espíritu afro.

*Esta entrevista es una versión adaptada del artículo publicado recientemente por Estrella Sendra ‘Sufi Sounds of Senegal’ en Critical Muslim CM32, dedicado a la música.

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Estrella Sendra

Profesora investigadora at King's College London
Estrella Sendra es doctora en Lenguas y Culturas Africanas por la School of Oriental and African Studies (SOAS, University of London), y profesora investigadora en Cultura, Medios e Industries Creativas (Festivales y Eventos) en King's College London. Su investigación y docencia se centran en festivales, cine e industrias creativas en África. Desde 2011 se ha especializado en el área de Senegal, donde hace estancias de manera regular.