FIRPI: Cambiar el mundo a través de la tradición
“¡Leeboon!” Palabra mágica que acalla el bullicio polifónico de la sala. Es la hora de escuchar un cuento (en wolof, “leeb”). “Érase una vez un niño que vivía con su madre, y un día se fue muy lejos, a cazar. Regresó a su pueblo al cabo de varios días y se acostó porque era ya de noche. Pero por la mañana, cuando se levantó, seguía siendo de noche, y a medio día seguía siendo de noche, y por la tarde, seguía siendo de noche. El niño preguntó a su madre: – Mamá, ¿por qué no hay sol? Su madre le respondió: – Mientras estabas fuera, un dragón se comió el sol.” (El dragón que se comió el sol, editado por Malas Compañías, Ana Cristina Herreros, 2015). Así comienza uno de los cuentos compartidos durante la 5ª edición del Festival del renacimiento del patrimonio cultural inmaterial (FIRPI), celebrado entre el 15 y el 16 de julio en Louga, una región del norte de Senegal de gran peso histórico cultural en el país. El festival, dirigido por Ngary Mbaye, gran contador de la región, – miembro también del festival de más larga trayectoria en Louga, el Festival de folklore y de percusión (FESFOP)-, no sólo ha reunido a narradores orales de Senegal y España, sino también a actores culturales de ambos países. Este intercambio ha sido posible gracias al apoyo de la asociación de Red Educativas Sin Fronteras (RESF), un colectivo de maestros, y personas afines a la educación, con alta presencia de Louga, las Islas Canarias, Palestina y el Sáhara, reunidos por la motivación de cambiar el mundo a través de la educación. Así lo destacaba una de las integrantes de este grupo, Ángeles Moreno, quien se incorporó a esta red, nacida en 2004, el curso pasado. “Si desde pequeños nos conocemos los unos a los otros, aprenderemos que todos somos iguales”, decía Moreno, quien terminaba sus discursos con una expresión senegalesa que resume la filosofía de esta red, “ñoo faar” (en wolof, estamos juntos). Añadía que de esta forma, se acabaría con la idea del desconocido, y así, del miedo a lo desconocido, estableciendo un diálogo, intercambiando reflexiones, imágenes, e imaginarios, donde no existan fronteras. Es esta precisamente la labor que lleva realizando la RESF durante más de una década. Para muchos de sus integrantes, este festival, precisamente sobre el renacimiento el patrimonio cultural inmaterial, ha supuesto un punto de inflexión en la red, una materialización de ese “sueño” de un mundo sin fronteras, caracterizado por el aprendizaje y el intercambio.
El festival se ha caracterizado por la alta calidad de sus espectáculos, de gran diversidad de registros, un homenaje a la memoria, la creación temporal de un espacio para otro tipo de aprendizaje, cuyas raíces se hallan en la oralidad. Esta riqueza artística, incluyendo danza, cocina tradicional, cuentos, juegos tradicionales, lucha tradicional canaria y senegalesa, ha sido capaz de paliar las fluctuaciones horarias, el factor de impredecibilidad en el programa, reflejo de la falta de apoyo institucional, una constante en el mundo de los festivales, más acentuada en las regiones rurales que en las capitales urbanas. Tan solo el ayuntamiento de Louga y el Consejo Departamental han destinado una cantidad simbólica a la financiación del festival, algo más de la Dirección del Patrimonio, y mayor la de Wallonie-Bruxelles, así como un gran apoyo logístico y disposición del Centro Cultural Regional de Louga, dirigido por Aby Faye, y del personal de Radio FESFOP y el propio FESFOP. Ha sido la participación presencial de RESF, con profesores de Louga, como Ahmadou Bâ, Malick Wade, Alioune Gueye e Ibrahima Sow, entre otros, así como miembros de la red de Canarias, con Gemma del Rosario, Ithaisa González, Laly Ramírez, Suso Méndez, Ángeles Moreno, Montse Lajas (bautizada en Louga como “la artista”) y Tony Frías. Muy especial mención merece la destacada participación de la contadora leonesa afincada en Madrid, Ana Cristina Herreros, la única contadora mujer de esta edición, compartiendo cuentos tradicionales, incluyendo una selección de los recopilados en la Baja Casamance, recientemente publicados por la editorial de la contadora, los libros de las Malas Compañías, en El dragón que se comió el sol y otros cuentos de la Baja Casamance (2015). Conocida entre los narradores orales como Ana Griott, esta artista de la palabra confirmó su maestría durante la ceremonia de apertura del festival, el viernes 16 de julio, con la empática selección de un cuento que rinde homenaje a la naturaleza, controlada por el todo-pudiente Dios. En el cuento, traducido e interpretado simultáneamente por el profesor Ahmadou Bâ, una hormiga se congela la patita en un charco helado, y solo una serie de elementos encadenados de la naturaleza, la cual lleva a Dios, es capaz de salvar a la hormiguita, “alhamdulilah” – terminaba el cuento, – una de las más recurrentes expresiones en el país, que significa, gracias a Dios. A este aplaudido cuento le siguieron el de contadores locales, como la pareja Pine Pindal, trayendo parte de la tradición pulaar, Djibril Bamba Kama, un contador de Fatick que compartió en wolof cuentos serer; Kebe, de Coky, y el viejo contador Madany Tall de Louga. La ceremonia de apertura, celebrada en el Centro Cultural Regional de Louga, continuó con una breve muestra de la compañía de Mbour y la Yonu Ndau, de Louga.
Fue el sábado el gran día del festival, que por primera vez se desplazó a las escuelas para niños huérfanos, llamada Village des enfants SOS. Durante toda la tarde, Gagna Diallo, animadora del Centro Cultural, y Ngary Mbaye, director del festival, desplazaron el FIRPI hacia este espacio infantil para que los contadores regalaran cuentos a los niños, y los canarios mostraran parte del baile tradicional regional, que los niños senegaleses habían aprendido desde el martes en talleres ofrecidos por los miembros de RESF. Contaba Ngary Mbaye que en este festival los protagonistas son los niños, “para iniciarlos en la tradición, y llevarle hacia los valores, a través de los cuentos que son la educación”. Y recalcaba que “ese cambio del mundo es posible a través de la cultura, a través de la tradición”. Al mismo tiempo, el festival permite a los jóvenes y adultos “conocer, celebrar y conservar la extraordinaria tradición que tenemos”. Recuerda Ngary Mbaye cómo su abuela fue la que le inició en el mundo de los cuentos, desde que ella se los contaba a los 6 o 7 años. “Ella es la que ha hecho de mi un artista”, declaraba Mbaye. “Los cuentos educan. Yo eran un niño travieso, y aunque vivía con mis padres, era mi abuela la que se sentaba conmigo a contarme una historia por ejemplo de un niño que, por ser travieso, se volvía desdichado. Así era como aprendía yo que había que portarse bien. Desde ese día me encantan los cuentos. Y desde los 12 años, empecé a contarlos, en casa, en el colegio… En esa época había muchos cuentos”, recuerda el narrador oral procedente de Louga. Otra de sus grandes influencias fue Ibrahima Ndiaye Mame Diakhe Diallo, el primer contador de Senegal, con su cuento Modou Masina (del 96), que ha marcado mucho a los senegaleses, quienes en su gran mayoría fueron educados a través de los cuentos, decía Mbaye. En efecto, la tarde de visita a la Village des enfants SOS, el dúo Les sca’lat de Saint-Louis regalaron a los niños un cuento sobre el amor por Senegal, y los valores de este país, seguido por la intervención del humorista Meissa Ñag.
Por la noche, en una velada que se extendería hasta las 5 de la mañana, no solo volvieron a escucharse a estos narradores orales, desde los más jóvenes a los más sabios, con el senegalés Mandany Tall y la intervención por vídeo del poeta malagueño de 92 años, Joaquín Fernández González; también se disfrutaron tres destacados espectáculos de danza. En principio, con la danza contemporánea de Paidy, mezclando elementos de la danza tradicional, y con una fuerte crítica al tratamiento de los talibés (niños de la calle) por los líderes espirituales a los que a menudo se confía la educación de estos niños en las escuelas coránicas, algunas con condiciones extremadamente duras para los niños. Luego, con la compañía de Mbour, con un fuerte espectáculo de danza, seguido por la de Yonu Ndau, de Louga. Y para alcanzar el clímax final, la intervención estelar e la compañía Kaddu Njaambour, dirigida por el propio Ngary Mbaye, con la actuación sorpresa de muchos actores y bailarines que se incoroporaban a escena desde el público, como poseídos por el ritmo de los tambores, curativos de enfermedades mentales. Ahmadou Bâ, miembro muy activo de la RESF, destacaba esta primera colaboración de la red con el festival, por la oportunidad de intercambio y el espacio de cambio de percepción de las distintas culturas. “Si estamos todos aquí, es porque todos creemos en lo mismo, y la participación de los españoles ha sido fundamental para la creación de este espacio de intercambio”. Además, añadía Bâ, “es importante apoyar iniciativas como esta porque hay que tomarle el relevo a los mayores, y como jóvenes, comprometernos con la educación a través de la cultura”. La misma satisfacción expresaban los participantes españoles, quienes desde el martes 12 estuvieron realizando talleres en el Centro Cultural. “No sabía cómo iba a ser recibido. – Contaba Tony Frías, luchador Tenerife -. “Me gustó mucho venir a un pueblo pequeño como Louga porque me permitió conocer primero a la gente y he respirado un ambiente muy familiar. He tenido la oportunidad de practicar el deporte que quería, la lucha senegalesa, para aprender un poco. Lo he practicado en la playa de Tare, en el Centro Cultural Regional de Louga, en la Plaza Cívica, incluso en el CEFAM, porque acababa luchando con la gente que conocía, luchadores o aficionados”, aseguraba Tony Frías. Por su parte, Itahisa González decía: “Vinimos a mostrar una parte de nuestra cultura, para que ellos la pudieran conocer, para que vieran otras cosas, pero también, que hay cosas en común y me quedo con la ilusión que tenían los niños por aprender, por conocer otras cosas, para ellos todo era una novedad”. Todos destacaban esa interacción con los niños, que hasta se arrancaban a contar cuentos en distintas lenguas de Senegal. “Yo creo que todos los que hemos venido tenemos una conexión especial con los niños”, coincidían tanto el luchador como Suso (Jesús) Méndez, quien desarrolló, junto con Laly Ramírez, Montse Lajas, y Gemma del Rosario, un taller de baile tradicional de las islas Canarias. Los juegos y bailes tradicionales que estos agentes culturales han traído, han demostrado no tener ninguna barrera lingüística. “Se ha transmitido cariño, afecto”, apuntaba el luchador canario. En efecto, este festival ha destacado por su llamada de atención y cuidado a los valores. En concreto, tal como destaca el director del festival, Ngary Mbaye, el valor de la tradición, y del papel del patrimonio cultural inmaterial en la educación. Tal vez no sea coincidencia que en un festival cuyo acento está en los valores, la constante destacada por los participantes haya sido la creación y afianzación de lazos, el ambiente familiar y, como decía Ana Griott, “utópico”, citando al célebre escritor uruguayo fallecido el año pasado, Eduardo Galeano. Al final, este Festival del renacimiento del patrimonio inmaterial cultural, esta edición marcada por su transición a la internacionalidad, nos decía Ana Griott, no es más que un paso más hacia esa utopía de la que nos hablaba Galeano: “Ella está en el horizonte. Yo me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar.” (“Ventana sobre la utopía”, Eduardo Galeano,)