Mengestu, la historia del contador de historias
¿Qué tenemos que pensar cuando un mentiroso nos dice que está mintiendo? ¿Es una mentira doble o es mentira que miente? Algo parecido pasa con el propio Dinaw Mengestu y con Jonas Woldemariam, el protagonista de su segunda novela El lugar del aire. Jonas pasa una parte de su vida inventando la vida de solicitantes de asilo. Adornando historias de vida para hacerlas más merecedoras del cobijo del gobierno. Jonas, en realidad, reescribe la vida de los demás en un intento por reescribir la suya.
Mengestu toca los temas inevitables en la novela de un escritor etíope afincado en Estados Unidos desde los dos años. Trata sobre el desarraigo, sobre las diferencias culturales, sobre la experiencia de la migración y, evidentemente, sobre la identidad. Jonas, el protagonista de El lugar del aire, es un joven que se divierte (y al mismo tiempo se enfada) explicando a sus interlocutores que es estadounidense, concretamente del Medio Oeste, y sobre todo cuando sus interlocutores insisten en preguntar de qué parte de África es. En realidad sus padres, que ocupan un lugar fundamental en la historia, llegaron a Estados Unidos procedentes de Etiopía y son los depositarios de una complicada historia tanto personal como familiar, pero él nunca ha vivido en el país del Cuerno de África.
El relato de El lugar del aire, publicada en español por la editorial Lumen, mezcla tres historias. Por un lado, la de la relación de Jonas Woldemariam, el protagonista, nacido en Estados Unidos, pero de origen etíope, con su mujer Ángela; la de los padres Yosef y Mariam, inmigrantes etíopes; y la del propio Jonas en busca de la pista de sus progenitores. Las historias se entrelazan, se mezclan y se relacionan en una danza narrativa, que permite seguir los hilos sin problemas a pesar de que el novelista etíope rompe por completo la idea de la narración lineal.
Jonas soporta sobre sus espaldas, en realidad, silenciosamente, el peso de las historias pasadas y sufre las secuelas del dolor de las personas que le precedieron. Tiene una parte de su padre, un joven opositor que huyó de Etiopía amenazado por el autoritarismo y que no fue capaz de construir la vida que había soñado en Estados Unidos porque se quedó encerrado en el trauma de una huída encerrado en una caja, un hombre tan autoritario y violento con su madre como vulnerable. Al mismo tiempo, tiene una parte de su madre, la mujer que viajó a los Estados Unidos para encontrarse con el estudiante contestatario que había conocido años atrás y se encontró un hombre hermético y demolido. Una mujer que construía sus propias historias para llenar el vacío que le provocaba la frustración. Quizá la vocación cuentista de Jonas, su querencia por la recreación de historias, su tendencia al silencio, cuando no a la mentira, la haya heredado de su madre.
Y la relación de Jonas con Ángela tiene también mucho de la de sus padres, la de dos almas independientes que necesitan el calor y la valiente honestidad que la otra no les puede dar. Una relación que nace y crece en la ficción del interior de los dos protagonistas. Y en la que resuena el eco de las advertencias: “Antes de la boda su padre le había dicho que a los hombres como él se les daba mejor arar los campos como asnos que sacar adelante a una familia”. Las podía haber dicho Jonas, o las podía haber pronunciado Yosef dirigiéndose a su hijo, pero en realidad, son palabras que el abuelo del protagonista le había dicho a Mariam, en lo que parece un destino que recorre generaciones como una maldición.
El lugar del aire no pretende ser autobiográfico aunque los guiños de Mengestu hace le dan esa apariencia, el aspirante a escritor que se convierte en profesor, o el punto de partida en una ciudad del Medio Oeste, casualmente en Peoria, la misma localidad en la que creció Mengestu. Sin embargo, su experiencia personal seguramente le da una posibilidad para que en el relato aparezcan temas como la ficción del intercambio cultural o la hipocresía del país de las oportunidades; la experiencia de la migración, aunque no sea en carne propia; y la búsqueda de la identidad, un elemento que, por otro lado, ha colonizado las narraciones de los autores de origen africano que más proyección están teniendo en el mercado editorial internacional.
Esa búsqueda vertebra en buena medida, una parte importante de la historia, sobre todo, cuando Jonas trata de reconstruir el viaje que sus padres hicieron cuando se reencontraron en Estados Unidos. Jonas visita los mismo lugares que habían pisado sus progenitores buscando una huella de su identidad, intentando revivir las historias que ellos mismos vivieron o, al menos, imaginando esos episodios. Esa búsqueda se hace más que evidente con la visita del protagonista a su madre. “Empecé a buscar atisbos de mis padres tal como debían de ser cuando recorrieron este paisaje por primera vez, cuando eran personas mucho mejores que las que yo había conocido. Sólo entonces comprendí la fuerza con que me había aferrado a ellos durante tantos años”, escribe Dinaw Mengestu.
“Dicen que la única manera de empaparse de la historia consiste en caminarla” (pág. 141). Una buena novela. Gracias.