Teatro, memoria y diáspora a escena en Barcelona

El teatro implica ficción, pero muchas veces también realidad. Barcelona se ha convertido en estos meses en uno de los principales puntos de encuentro del arte dramático gracias al Festival Grec. Durante los meses de junio y julio se encontrarán obras que dan una nueva perspectiva al teatro, no sólo por lo que dicen, también por lo que son. Aunque el teatro es arte, también es herramienta y espacio para la reivindicación, la comunicación y la lucha contra el olvido.

Uno de los temas centrales de esta edición son las diásporas. La conocida obra No es país para negras de Silvia Albert Sopale, es un buen ejemplo de cómo acercar la realidad de esta comunidad en España. Esta obra, que lleva de gira desde 2016, relata la experiencia vivida por una afrodescendiente en primera persona y acerca al público unas realidades invisibilizadas y muchas veces ignoradas. ¿Cómo es ser una mujer negra rodeada de blancos? ¿Qué se siente ante el rechazo y a la expropiación de la identidad por tu color de piel? Sin embargo, esta no es sólo una obra que relata una historia, es también un ejercicio contra la amnesia. Según la coautora, en un artículo de Wiriko, se refirió a su obra como “historias que unen a España con Guinea para siempre. Que se deben recordar, que deberían ser estudiadas en las escuelas, contadas en cuentos, en películas. Historias que ayudarían a que este fuese un país más amable”.

Fotografía de Thaïs Batlle.

Precisamente, de memoria también habla Finir en beauté (Un bello final en español) pero esta es una memoria más íntima e individual. Mohamed El Khatib, escritor, actor y director, con interesantes documentales como Renault 12, nos acerca a un espacio íntimo, un viaje por la memoria propia que el director se encarga de transmitir directamente al público, sin intermediarios, de forma que el mensaje llega casi puro al espectador.

 

 

Pero si hablamos de memoria colectiva y teatro, entonces no podemos pasar por alto Annobón. Esta obra de teatro está basada en la novela de Juan Tomás Ávila Laurel Arde el monte de noche que también es un espacio de reivindicación y de revisión de la memoria. Lleva al escenario la obra de uno de los principales escritores de Guinea Ecuatorial y está protagonizada por el actor afrocatalán Ricard Boyle, que se coloca en el centro de la escena y cuyo papel es fundamental a la hora de narrar la trama. Además de la reivindicación, Annobón también es un ejercicio para combatir la ausente memoria histórica y la huella colonial de España en Guinea Ecuatorial. Boyle, el actor protagonista de la obra, lo explica así: “Es un ejercicio de memoria histórica, de cómo tenemos una amnesia casi absoluta de lo que es nuestro pasado colonial”. La necesidad de profundizar en este ámbito y de llenar las amplias lagunas que tenemos de la historia colonial, llevó a ampliar la narración de Arde el monte de noche. La obra se acerca a una memoria de infancia desde la experiencia del escritor, en el que relata la vida comunitaria pero también, de forma sutil, la llegada de los colonizadores en barco, la imposición del castellano, el papel de las misiones… Por ello, lo que se ha hecho es una adaptación “reforzando lo que supuso la colonización en Guinea Ecuatorial, sobre todo por la falta de conocimiento generalizado en relación a este episodio. Si no se completaba esa información creímos que la obra no podía representar toda la envergadura de lo que supone la huella colonial” argumenta el actor.

El formato de la obra es clave para acercar la colonización al público. Adaptada como una lectura dramatizada para espacios no puramente teatrales, en este caso se lleva a escena como una obra hibrida, de teatro-danza, en el que se narran los sucesos a través de una explicación corporal que acompaña el mensaje de la obra. Más allá del texto, también se prevé el acompañamiento de contenido audiovisual para introducir, según Boyle, “el contexto histórico y geográfico de Guinea Ecuatorial, para hacer una denuncia explícita de la colonización española y barcelonesa”. De esta forma, no hay una sola voz, sino que el cuerpo, junto con los formatos de video, canción, objetos y movimiento recrea el ambiente de varias voces y muchos lenguajes. “El cuerpo es fundamental porque lo sitúa desde otras perspectivas. Es todo un reto, pero también una oportunidad de representar la negritud” asevera el actor.

 

 

Otra de las obras que abordan la negritud y que participan en este encuentro es la propuesta Parole due, dirigida y dramatizada por Odile Sankara, la hermana del líder de la revolución y presidente de Burkina Faso entre 1983-1987, Thomas Sankara. En Parole due encontramos una mezcla de poesía y teatro, acercando los versos del teórico de la negritud y de la diáspora, Aimé Césaire, a la escena barcelonesa. El objetivo no es otro que reconectar con el poeta y extraer sus palabras y significados para interrogarse sobre uno mismo.

Además de la memoria, el teatro sirve de hilo conductor para transmitir la experiencia de la migración. Soc una nou (Soy una nuez en castellano), dirigida por Ramon Molins y protagonizada por Andrés Batista, nos traslada a una historia de esas que son conocidas, pero a la vez ajenas. Omar llega a las costas italianas después de haber perdido a su familia en el trayecto. Sin embargo, la historia no se centra sólo en el drama, sino en el poder de cambio que tiene el protagonista en una comunidad gris y solitaria. “Soc una nou es un espectáculo que habla de gente solitaria, que somos nosotros, que vivimos en pisos instalados en la comodidad y vemos toda esta problemática con excesiva indiferencia” asegura el director Ramon Molins. “Esta gente gris, solitaria, que viven solos, se acaba abriendo poco a poco a una persona de fuera que les aporta luz, que les transforma la vida” añade.

 

                                                                                  Fotografía de David del Val. 

 

En ese sentido, la obra de teatro Paisatges als Ulls (P.A.U) hace una propuesta híbrida en el que la realidad y la ficción se mezclan para abordar la migración ante los ojos del público. Esta obra, dirigida por Carolina Llacher, socióloga, docente, actriz y directora especializada en artes escénicas aplicadas a la acción social, resulta novedosa por que los tres protagonistas no son actores profesionales, son personas que relatan su experiencia migratoria en primera persona. Llacher, que cree en el poder comunicador del teatro, intenta a través de esta obra “profundizar, entender por qué las personas deciden dejar su país y lanzarse al mar. El nombre de Paisajes en los ojos se refiere a su experiencia de vida, con esa idea de historia y de narración. Son personas con familia, deseos, sueños… como todos. La necesidad de llevar a esta obra a escena es romper los prejuicios a través del teatro”.

Malamine Soly, Yacine Diop y Lamine Bathili se enfundan en sus propias historias para generar un espacio con un impacto real en el público, donde surge una comunicación empática. Aunque pueda considerarse polémico, la obra se trata con especial cuidado y la presencia de personas reales sobre el escenario se justifica, en palabras de la directora, por la necesidad de evitar “una usurpación de un canal de comunicación que les corresponde a ellos (…) especialmente en el teatro ya que lo que se expresa en escena es una comunicación profunda, el hecho de que ellos sean los protagonistas, amplia el mensaje”. Además, se ha evitado en todo momento hacer pornografía del dolor y exponer a los protagonistas. “Sería privilegio blanco e iría en contra de todo lo que queremos hacer. Existen límites ya que se cuenta lo que ellos quieren contar. De ahí se extraen los fragmentos que se transforman en una narración. Hay un juego entre la persona real y el actor, que empieza a aparecer cuando dramatizamos su historia. A veces sale la emoción real, ahí desaparece el personaje” señala Llacher.

 

 

Preguntado por su papel en la obra, Malamine Soly, que ya tenía algo de experiencia previa en teatro experimental, nos asegura que “el principal problema es la confusión entre el actor y la persona que cuenta su historia. Esa es la parte que más hay que trabajar. Es muy complejo porque eres actor de tu propia historia y tienes que controlar esos momentos de emoción. A veces nos emocionamos, nosotros lo sabemos, pero el público no logra diferenciarlo”. En relación al teatro como herramienta reivindicativa, Soly aclara que “el teatro es cercano, la gente nos escucha desde otro ángulo. Es otra forma de denunciar y acercar la realidad de lo que está pasando más allá de los medios de comunicación. Esto es mucho más real”.

El teatro sigue siendo uno de esos géneros que permite una comunicación directa entre el escenario y el público. Acercar al espectador temas reales, íntimos y sensibles es también una forma de abordar la experiencia de la migración y la diáspora, y la revisión de temas controvertidos como es la memoria colectiva, la huella colonial. Poner el foco en ello es algo más que comunicar, es reivindicar y luchar desde los teatros que tanto han sufrido en este último año. Pero, por suerte, parece que queda teatro para rato.

El Festival Grec es una cita ineludible que pone el teatro en el centro. Todas las obras tendrán lugar durante el mes de julio. Se puede consultar la programación aquí.

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Pablo Arconada Ledesma

Licenciado en Historia (UVa) y Máster en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos (UAM) Actualmente está realizando su doctorado en la Universidad de Valladolid, en el que analiza el papel de la Unión Europea en Somalia. Además, completa su formación estudiando un Grado en Antropología Social y Cultural (UNED) Trata de comprender (y explicar) el lugar que África ocupa en el mundo.