Las fórmula de Ngũgĩ wa Thiong’o para mantener la dignidad
“¡Y lo hicieron! El 30 de diciembre de 1977, a medianoche, me sacaron de casa y me llevaron encadenado a la prisión de máxima seguridad de Kamĩtĩ. Pasaría todo un año en la celda 16, peleándome con un montón de demonios en el desierto inhóspito de la prisión de Kamĩtĩ, revisando las dos tradiciones dialécticamente opuestas de la historia, cultura y estética colonial de Kenia. Habían resucitado al Lázaro colonial de entre los muertos. ¿Quién volvería a enterrarlo?”
Ese es el contexto en el que se sitúa un trabajo difícil de clasificar del escritor keniano Ngũgĩ wa Thiong’o, publicado originalmente como Wrestling with the devil: a prison memoir y que la editorial Raig Verd nos acerca en catalán como Lluitar amb el diable. Memòries de la presó*, a través de una cuidada traducción de Josefina Caball. Ese es el contexto, decíamos, el año que pasó en una prisión de máxima seguridad, encerrado sin juicio por las autoridades kenianas que no podían permitir que el intelectual acercase a través del teatro a las clases más populares la reflexión y el compromiso político. Ese es el contexto, de nuevo, pero lo que hay dentro de esas páginas a las que es complicado asignar un género es un auténtico catálogo de la dignidad, un elogio de resistencia, una ética de la libertad más allá de muros y barrotes y una receta, en fin, para mantener la cordura cuando todo está diseñado para arrebatarte la humanidad.
Lluitar amb el diable es una revisión de Detained: A Writer’s Prison Diary, una obra que el intelectual keniano publicó poco después de recuperar la libertad. En una nota a la edición, el propio autor explica que esta versión aligera el original y actualiza algunos de los episodios, pero sobre todo expresa sus objetivos:
“Ofrezco esta versión revisada de mi experiencia de supervivencia en una prisión de máxima seguridad, como un testimonio de la magia de la imaginación. El poder de la imaginación para ayudar a los humanos a liberarse del confinamiento es, verdaderamente, la base de todo el arte”.
De esta manera, Lluitar amb el diable es una auténtica caja de herramientas. En ella nos encontramos reflexiones filosóficas sobre la libertad o sobre el compromiso político. Nos topamos con un repaso histórico sobre los episodios y las estrategias más oscuras del sistema colonial, pero también sobre la trayectoria de resistencia de los pueblos kenianos y sobre la transición desde la administración de la metrópoli a la independencia con una visión crítica que también nos ayuda a entender muchos de los aún opacos giros históricos. Nos encontramos igualmente, una teórica política sólidamente construida en relación al poder del pueblo y la construcción comunitaria, en relación a los excesos de las autoridades antidemocráticas (al margen de su color o su nacionalidad) y a las perversiones de los privilegios (y los privilegiados). Hay también un esfuerzo de formulación de la ética (y también de la épica) de la resistencia, de lo que tiene que ver con los principios y la lucha contra la injusticia, interpretado como un signo básico de humanidad. Es decir, leer las explicaciones de Ngũgĩ wa Thiong’o sobre todos los episodios de resistencia tradicionales a las injusticias de la administración colonial dibuja en el lector un escenario épico de heroínas y héroes casi sobrenaturales, aunque en realidad, el escritor presenta esas reacciones desde la naturalidad más absoluta desde las misma esencia del ser humano, de lo que supone ser humano (aunque sin restar a todos esos protagonistas el mérito de una coherencia, una solidaridad y una lógica de la justicia inamovibles).
Por las páginas de este trabajo va pasando un repertorio de episodios que desmitifica la administración colonial. Un recordatorio de algunos de los excesos cometidos por esa élite de privilegiados, la vida disoluta de esos habitantes del Happy Valey, que a menudo concedían más valor a la vida de los animales salvajes que a la de sus sirvientes kenianos.
“Happy Valley era, en realidad, el valle de Wanjohi, que rodea Naivasha, entre las ciudades de Nairobi i Nakuru, pero el nombre también se refería al estilo de vida de los miembros de aquella clase de terratenientes blancos y ociosos que mataban el aburrimiento entre cacerías, divorcios, intercambios de pareja, asesinatos y suicidios”.
“De esta manera, los actos de brutalidad mencionados antes no eran aberraciones de individuos imprevisibles sino que formaban parte de la política, la filosofía y la cultura coloniales. El uso de la violencia para inculcar el miedo e imponer el silencio era la pura esencia de la cultura colonial”.
Ngũgĩ wa Thiong’o no solo pone sobre la mesa la impunidad con la que estos refinados aristócratas cometieron los crímenes más atroces en Kenia, sino cómo fueron configurando lo que él llama la cultura del silencio y del miedo que fue impregnando las instituciones y la política keniana más allá de la colonización. Y que se mantuvo como una constante después de la transferencia de poderes que supuso la independencia del país.
“Pero todos compartíamos un mismo sentimiento: se había traicionado algo bonito, algo como la promesa de una nueva aurora, y que ahora nos encontrásemos en aquella situación en la prisión de máxima seguridad de Kamĩtĩ era una consecuencia lógica de aquella traición histórica”.
Pero el intelectual no se queda en la crítica y la denuncia que, por otro lado, aparece tan feroz como imprescindible; sino que se preocupa por construir una narración inspiradora. En las condiciones en las que construye la reflexión, evidentemente, le interesan los referentes positivos y, al mismo tiempo, es una necesidad social también en el proyecto de transformación. Por eso, Ngũgĩ wa Thiong’o se preocupa por hacer un recorrido por esa tradición de resistencia, por esas figuras y esos episodios que demuestran que a pesar de los gobiernos aciagos, los pueblos que conviven en Kenia tiene una trayectoria de defensa de su libertad.
“Pero un momento, respondía yo a gritos a los demonios de la desesperación. El Sísifo africano tenía otra historia, una historia bonita, gloriosa y la mayoría del pueblo keniano era el mejor ejemplo de ello. Es la historia de los kenianos que lucharon incesantemente contra los árabes feudales que se dedicaban al tráfico de esclavos y contra los saqueadores portugueses que expusieron África a cuatrocientos años de dominio europeo devastador que culminó con los depredadores británicos, que aferraron Kenia con garras y colmillos sangrientos (…). Es la historia de la cultura de la resistencia de los kenianos, de la cultura revolucionaria de coraje y heroísmo de los valientes Koitalel y Kĩmathi. Es una cultura creativa de lucha que ha desencadenado unas energías extraordinarias entre los kenianos”.
Y el escritor desgrana una también imprescindible genealogía de los héroes kenianos de las diferentes resistencias, en la que no distingue entre etnias, o más bien se preocupa por mostrar episodios impulsados por todos los pueblos y, en muchos casos, con la unión de diferentes culturas. Pero también se preocupa de mostrar que ese heroísmo y esa resistencia no es, ni mucho menos, un patrimonio masculino y recuerda las denodadas luchas de mujeres conocidas junto a otras anónimas para enfrentarse a las injusticias.
Ngũgĩ wa Thiong’o reserva un lugar especial en su relato para el episodio que le llevó al interior de esos muros y explica con todo lujo de detalles el proceso de construcción de Ngaahika Ndeenda, la obra de teatro popular cuya interpretación en el centro cultural comunitario de Kamĩrĩthũ. Y explica como se gestó el encargo y el impulso del propio espacio como un lugar de transformación social a través de la cultura:
“El comité pensaba que la base del desarrollo no era el dinero sino las manos y los cerebros humanos. Por medio del trabajo cooperativo, y no del dinero ni de las limosnas del harambee, el centro seguiría diversas líneas generales y fases”.
“La verdad es que todos los actores y músicos, hombres, mujeres y niños, eran del pueblo, y trabajaron conscientemente en la obra durante más de cuatro meses. Algunos de nuestros profesores universitarios y aquellos críticos en su ceguera pequeñoburguesa, no podían concebir que los campesinos fuesen capaces de un esfuerzo intelectual disciplinado y sostenido”.
Y ese éxito y ese ejemplo de trabajo cooperativo y esa muestra de una cultura que contesta y construye desde la base fueron lo que las autoridades kenianas no pudieron soportar ni consentir.
“Aquello era un secuestro. Pero incluso así, me resultaba extraño que un escuadrón de policía fuese armado hasta los dientes para secuestrar a un escritor cuyos únicos actos de resistencia violenta que había cometido se podían encontrar fácilmente entre las tapas duras y blandas de unos libros”.
“Siempre que un pueblo toma la conciencia de la misión histórica que tiene de liberarse de la opresión, el opresor lo condena con la retórica religiosa de un dios hipócrita e injusto. De repente, estos ‘agitadores’ se convierten en demonios que, como una misión divina, hay que apartar de la sociedad”.
Este repaso también sirve al escritor para explicar cómo ese tiempo de encierro provocó precisamente el contrario al que deseaban sus captores. Durante el año que pasó entre los muros de Kamĩtĩ, Ngũgĩ wa Thiong’o escribió la que después se publicó como El diablo en la cruz, una novela igual de crítica que las obras que le habían llevado a prisión. Pero además el intelectual reforzó su compromiso con una visión concreta de la cultura.
“Pero precisamente en momentos así me recuerdo a mí mismo que el Estado me ha enviado aquí para que el cerebro se me funda y se me pudra, y entonces escucho la llamada de una batalla espiritual contra los propósitos bestiales del Estado. Una y otra vez, este reto me renueva la energía y la determinación: no debo permitir que tengan la última palabra; tengo que dejar volar la imaginación por encima de esa especie de sociedad que los que pertenecen a esta clase y han firmado un pacto traidor con el imperialismo quieren crear en nuestro país, menospreciando los cínicamente deseos de millones de kenianos”.
Y así ha sido como el más popular de los escritores kenianos se ha construido un nombre literario seguido de toda una serie de apellidos que tienen que ver con el compromiso, con las clases populares, contra los privilegios y las élites depredadoras, contra el capitalismo y las injusticias sociales, con las lenguas nacionales, con las culturas minorizadas o con la necesidad de construir comunidad a través de esa cultura, con la urgencia de no ceder ante la culturas que pretenden anular y homogeneizar, con la defensa de una diversidad que permita a todas esas culturas tratarse de tú a tú, sin jerarquía. Y muchas de las reflexiones que sostienen esos apellidos están en este Lluitar amb el diable, en forma de la dignidad que permite seguir viviendo en las condiciones más adversas, de la resistencia que da motivos para seguir haciéndolo y, en resumen, de la humanidad que conduce a enfrentarse a las injusticias y las desigualdades y construir de manera cooperativa un futuro mejor.
* Nota: Todas las citas textuales de este artículo se han extraído de la versión en catalán del libro Lluitar amb el diable y han sido traducidas al castellano por el autor del artículo.