El futuro de Kibera está en manos de sus jóvenes

Por Txell Escolà*

A pesar de las dificultades acarreadas por la pobreza, en este barrio marginal de Nairobi hay iniciativas locales que empoderan a los niños para que puedan construir un futuro mejor para la comunidad

El asentamiento informal de Kibera, en Nairobi, es el barrio que nunca duerme. En uno de sus múltiples accesos, un gran campo de fútbol de arena repleto de niños llena el espacio de vida y ruido. Está rodeado por pequeñas tiendas de ropa y zapatos de segunda mano algo caóticas que se convierten en punto de encuentro de hombres y mujeres del barrio. Dentro, más gente, tiendas de comida, carne a la parrilla, chapati para llevar, casas de hojalata, peluquerías, bares con música a todo volumen y perros callejeros. También coches, motos y matatus que en hora punta convierten la carretera en un lento y ruidoso ciempiés.

“Kibera está llena de esperanza, llena de talento, llena de gente inteligente; el problema es que no saben dónde ir. Nos falta esa persona que nos empuje hacia arriba, ese es el reto al que nos enfrentamos”, explica Francis Odhiambo, un joven bailarín del barrio y cofundador de la Cheza Cheza Dance, una organización que empodera a los niños de su comunidad a través de la danza.

Kibera es conocido como uno de los barrios marginales urbanos más grandes de África pero los datos poblacionales son muy dispares. Hay cifras que hablan de 1 millón de habitantes, otras, como las de ONU Habitat en 2010, que la fijan entre 500.000 y 700.000, y finalmente el censo nacional de Kenia en 2019, que apuntó a 185.777 personas. Lo que está claro es que la población crece rápido y hay un gran número de niños expuestos a la pobreza sin tener, a veces, las necesidades básicas cubiertas.

El barrio está repleto de organizaciones internacionales que hace años que ayudan a la comunidad, pero son los proyectos locales los que pueden marcar la diferencia, ya que demuestran el compromiso de sus habitantes para generar cambio desde dentro.

«Tengo que decir que mi infancia fue divertida, tenía gente cálida a mi alrededor y el sentimiento de ser una gran familia en la comunidad”, cuenta Odhiambo con una sonrisa, aunque reconoce que no fue fácil. “Todo a mi alrededor era crimen, por la noche podía escuchar a gente siendo estrangulada fuera porque nuestra casa estaba en medio del camino, no creía en mí mismo y mis padres no estaban dispuestos a escuchar mis problemas porque estaban demasiado ocupados mirando qué comer o cómo pagar las tasas del colegio”.

Ese ambiente hostil no determinó sus metas: consiguió una beca para hacer la educación secundaria en una escuela privada y posteriormente se empezó a ganar la vida como bailarín, pero no dejó su barrio natal. “Hay mucha gente de aquí que recibe ayudas de las organizaciones internacionales y cuando prosperan abandonan la comunidad, pero lo que nosotros necesitamos es que el talento se quede para crear más impacto”, explica el joven, “yo hasta que mis niños no estén bien y a salvo no me mudaré a un barrio mejor”.

Él empezó de manera informal y sin un objetivo concreto dando clases de baile a unos pocos niños curiosos, pero con el tiempo el grupo creció y él se convirtió en más que un profesor de baile, se convirtió en alguien a quien los chicos podían acudir en busca de consejos y ayuda. En 2017, cuando la holandesa Cherrelle Druppers pisó una de sus clases y vio la conexión que se establecía entre Francis y los niños, no dudó en el potencial de cambio que tenía ese proyecto. A partir de allí  construyeron un currículum basado en el crecimiento personal y la resolución de conflictos y crearon la fundación Cheza Cheza junto a otros bailarines de Kibera, que actualmente da apoyo a 280 niños y niñas.

“Ahora les enseñamos habilidades como la confianza, la autoestima, les hacemos entender cosas sobre sus emociones y sobre lo que son capaces de hacer, y les ayudamos a ser creativos y a tomar decisiones responsables”, explica el joven bailarín. Se trata de crear un espacio seguro para unos niños que viven en un entorno vulnerable y les falta una red sólida que los sostenga si algo va mal. Durante los casi 7 meses que los colegios han estado cerrados en el país por la Covid-19, Cheza Cheza ha abierto las puertas cada día para evitar que los niños estuvieran en la calle, y ha repartido paquetes de comida a las familias más vulnerables.

Los retos de la infancia en Kibera

Hay familias que tienen problemas con la droga, otras que no pueden alimentar bien a sus hijos ni pagar los uniformes del colegio, otras tienen problemas de violencia familiar… Cuando no hay un entorno estable ni seguro las prioridades cambian y cuesta tener visión de futuro.

Es lo que Venna Odhiambo considera que es el principal desafío de la comunidad: la falta de acceso a la información y a la buena educación porque “les niega la oportunidad de experimentar una vida que es diferente a la que tienen ahora”. Nacida y criada en Kibera, Odhiambo trabaja en la oenegé local Wale Wale, que da apoyo y formación académica, deportiva y de herramientas de vida a niños y jóvenes de la zona.

“Si Kibera como comunidad no se involucra en el proceso de cambio de Kibera, nada va cambiar”, sentencia la joven desde la biblioteca de la organización, donde cada tarde los niños hacen sus deberes y cogen libros para leer en casa.

Ahora ella forma parte del cambio junto a sus compañeros en Wale Wale, que ofrecen a los jóvenes clases de baile, de fútbol, de toma de decisiones, de educación sexual —los embarazos en adolescentes son muy frecuentes en el barrio—, de higiene, de derechos humanos, de violencia de género…

“Si le das pescado a alguien, se lo tendrás que dar el resto de su vida, pero si le enseñas a pescar lo podrá hacer solo, así que creo que en el momento en el que alguien está inspirado y sabe dónde quiere ir, hay pocas cosas que le puedan impedir conseguirlo”, apunta la joven.

Entre los callejones de Kibera los niños corren y juegan, saltan los riachuelos que con el tiempo se han convertido en vertederos y saludan a cada persona que encuentran. Con el empoderamiento necesario, ellos pueden ser el motor del cambio de la comunidad. Francis Odhiambo reconoce haberse sentido avergonzado de sus orígenes en el pasado, pero asegura que es una bendición haberse criado en Kibera y lo es aún más ver como “sus” niños crecen con valores positivos. “Kibera es solamente un sitio donde naces, no es tu futuro” concluye.

* Autora: Amante de las danzas y bailes africanos, Txell Escolà fue corresponsal de la Agencia EFE en Nairobi, cubriendo un buen número de temas de actualidad en África del Este. Actualmente, trabaja en el sector asociativo de defensa de los Derechos Humanos en Barcelona y colabora puntualmente con algunos medios de prensa escrita. 

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